martes, 2 de enero de 2018

LA PASIÓN PROHIBIDA (1930)



Luis Buñuel no necesita ninguna presentación. Uno de los cineastas españoles más importantes del país que se encontró de bruces con el franquismo, viéndose obligado a despedirse del lugar que le vio nacer. Sin embargo, frente a este obstáculo, sus constantes idas y venidas lograron enriquecer a una de las mentes más creativas del cine más clásico. Madrid, París, Hollywood o México le otorgaron una visión artística privilegiada a la que pocos podía optar, dejando un rastro de metrajes de obligado estudio y visionado para todo amante del séptimo arte. Fuertemente influenciado por la corriente surrealista durante sus inicios, no tardaría en dar el paso para crear su primer cortometraje y, muy probablemente, una de las óperas primas más reputadas de la historia del cine, “Un Perro Andaluz” (1929), que contaba con la colaboración del afamado pintor español Salvador Dalí. Dos grandes artistas que experimentaban con la magia del cine y que no tardarían en revelar su segunda obra, “La Edad de Oro”, también de corte surrealista.

Una historia atípica, arriesgada y prodigiosa desarrollada en apenas 62 minutos de metraje, que comienzan con un fragmento documental sobre los alacranes, dando paso a una narración satírica que esconde varias críticas sociales. Unos bandidos encerrados en el interior de una cabaña salen al exterior y descubren una especie de procesión junto a un acantilado. La fundación de la Imperial Roma se ve interrumpida por una pareja que da rienda suelta a su pasión sobre la arena. Los dos son separados por los creyentes, siendo el hombre (Gaston Modot) detenido por dos policías que tratan de trasladarle a la comisaría entre forcejeos. A su llegada a la ciudad, escapa para ir de nuevo al encuentro de su amada (Lya Lys), que se ve obligada a asistir a una fiesta de clase alta, mientras permanece preocupada por el paradero de su novio.

Esa ruptura de límites, ese pudor de la sociedad, es el principal elemento revolucionario, pero no el único. El cuestionamiento de la moralidad queda sobradamente implícito en una trama sencilla, que, en realidad, fue trabajada de forma inesperada. El espectador de la época se debía enfrentar a fragmentos de gran contenido violento, a tabúes sexuales demasiado evidentes, a una crítica directa al mundo eclesiástico, a la triste decadencia de las clases más altas, fuertemente ridiculizadas en su recta final; o a uno de los males que a día de hoy sigue presente entre nosotros, la falta de comunicación. Casi visionaria, la película resultaba ser un metraje excesivamente arduo para el público de los años 30, que aún no había sido educado cinematográficamente para encarar una narración de tal intensidad.

El actor francés Gaston Modot, muy involucrado en los círculos más bohemios y del cine intelectual de París, vio cómo su popularidad se disparaba con esta cinta, facilitándole las posteriores colaboraciones con otros importantes cineastas como René Clair o Jean Renoir en una extensa carrera interpretativa. Una excelente intervención que viene acompañada por Lya Lys, la actriz estadounidense de origen alemán, que logró entrar en Hollywood durante unos años hasta que se vio forzada a regresar a Europa, en donde obtendría el rol de mujer pasional en el drama de Buñuel. Precisamente, esta obra es clave en su escasa trayectoria, puesto que acabó siendo su trabajo más significativo de entre todos los que realizó en vida, teniendo en cuenta que en la mayoría de ellos sólo participaba con papeles secundarios por los que ni siquiera era mencionada.

Tras su rodaje y posterior exhibición, existen multitud de anécdotas, pero, quizá, lo más destacable, tristemente, es que, pese a utilizar ciertas novedades como la voz en off, lo cierto es que “La Edad de Oro” causó una gran controversia desde su primer visionado hasta ser prohibida pocos días después. Era de esperar esta respuesta, teniendo en cuenta que quien acudía a verla, cuanto menos salía por la puerta desconcertado y, en la mayoría de las ocasiones, escandalizado. Pero también era un despertar, una llamada de atención para esa sociedad. Ciertas escenas han quedado en el recuerdo y muchas de ellas permanecen siempre en la retina una vez que se disfruta de la obra de Buñuel, especialmente la presencia de los símbolos del realismo, combinados con el surrealismo más absoluto, únicamente enmarcado por el trasfondo que posee.

“La Edad de Oro” es prácticamente una obra de culto de obligado visionado para estudiantes de arte y todo cinéfilo que se precie. De ella se desprenden cuestiones que aún siguen de actualidad aun habiendo transcurrido bastantes décadas y es, precisamente por ello, que sigue estando presente año tras año. Una cinta reivindicativa como pocas de la que hoy en día se puede desgranar hasta el más mínimo plano, siendo un ejemplo fascinante de la labor cinematográfica de quienes marcarían la historia del cine y el arte de manera espectacular. Nunca hay que olvidar la importante labor de quienes experimentaron con las artes, puesto que son los verdaderos culpables de que sigamos disfrutando del cine a día de hoy.

Lo mejor: la gran maestría con la que se funde el género documental y la ficción, al igual que los toques de surrealismo y la vertiente realista que se esconde tras ellos.

Lo peor: ha sido una obra olvidada por momentos, no llegando a ser considerada aún como una cinta de culto.


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