jueves, 1 de junio de 2017

MÁS ALLÁ DE LA PROSTITUCIÓN (2013)



Antes de presentar “Una Nueva Amiga” (2014), un relato sobre el duelo, el libre albedrío y la transexualidad; el director y guionista francés François Ozon se embarcó en un proyecto no exento de polémica. “Joven y Bonita” eclipsó a más de uno por su lado más superficial que por lo que realmente escondía y, por más que el cineasta trató de traspasar los límites que a simple vista se presentaban en el largometraje, cierta parte de la crítica y del público se encontró escandalizado por una historia que parecía llamar más por su lado efectista, pero que, además, parecía impropia de un autor como él. Con una parte de su filmografía dedicada a la mujer como objeto de culto, lo cierto es que Ozon ha trabajado con temas de lo más diversos y atractivos, desde el deseo o el trabajo de duelo hasta la identidad femenina o la impostura, por ejemplo, vinculada con la creación literaria en una de sus cintas más reconocidas, “En la Casa” (2012), en la que las fronteras entre la literatura y la realidad se diluían en favor de una divertida trama de anhelos y supuestas inmoralidades. Sin embargo, todas estas cuestiones acabarían siendo recogidas en “Frantz” (2016), una narración muy diferente a lo que nos tiene acostumbrados, pero convertida en la que posiblemente sea una de sus obras maestras.

“Joven y Bonita” parte de un fenómeno social de gran popularidad, enfocado en estudiantes de buena familia que se prostituían para pagar sus estudios. Un asunto que se convirtió en debate público hace pocos años y con el que se llegaron a investigar hasta 40.000 casos. Ozon no fue el único director en tratar esta cuestión, puesto que otros también se vieron seducidos por la "novedad", como Larry Clark, muy cercano a la conducta juvenil en su carrera, reflejó una situación muy parecida en “The Smell of Us” (2014). Sin embargo, en esta ocasión, el largometraje del francés se centra más en el terreno de la exploración identitaria a través del cuerpo. Un ritual muy propio de la adolescencia en el que prima la búsqueda de sí mismo. Isabelle (Marine Vacth) es una joven de 17 años que pertenece a una familia parisina de alto poder adquisitivo. Durante el verano pasado, coqueteó con un chico con el que acabó perdiendo la virginidad de forma decepcionante. Con la llegada del otoño, Isabelle inicia el nuevo curso y, con él, una segunda vida que le lleva a prostituirse por las tardes bajo el apodo de Lea

Esta fascinante y vertiginosa evolución de la adolescente se desarrolla en cuatro actos, simbolizando las cuatro estaciones del año que Ozon introduce recurriendo a canciones de la cantautora francesa Françoise Hardy, a las que se une el trabajo del compositor Philippe Rombi. No obstante, sus vivencias no se retratan como un simple viaje de iniciación al sexo, como aparenta ser, sino que trata de poner a prueba su cuerpo, sus límites, para construir su identidad por medio de esta experiencia y poner fin a su infancia, dando la bienvenida a la edad adulta y obviando cualquier atisbo de su adolescencia. La protagonista parece más madura que sus compañeros de clase, ya despojada de esa inocencia clásica de la virginidad, lo que le conduce a querer tomar posesión de su propio cuerpo. Sin embargo, Isabelle parece no sentir nada en absoluto, tanto en sus relaciones con sus amigos, como con sus padres o sus clientes. Acude a clase como una estudiante cualquiera, a las fiestas, en las que se permite evadirse con la música; y a los hoteles, con el fin de reivindicar un libre albedrío físico tan exacerbado que simula estar por encima de todo. Esta forma neoexistencialista de ver la identidad, no a través de la afirmación de la personalidad, sino por medio de una afirmación mucho más secreta, íntima, evidencia la poca intención de realizar estos actos por el simple hecho de provocar. 

Por tanto, estamos ante una rebeldía blanda, una forma de resistencia pasiva, que tiene que ver con una nueva forma de afirmarse en términos identitarios, no de cara a la sociedad, sino privada. “Joven y Bonita” profundiza en la relación del cuerpo como objeto de consumo, en una especie de goce en el uso intrínseco del cuerpo como si este no le perteneciera y, como consecuencia, no sintiera el acto como prostitución ni humillación. De forma inteligente y reflexiva, Ozon evita juicios de por medio para desarrollar con exquisita sencillez la delicadeza y erotismo que desprende una narración que bien podría ser comparada con la producción francesa “Bella de Día” (1967), del afamado autor Luis Buñuel, en la que una mujer casada se somete a una exploración muy similar. Sin embargo, Ozon incorpora una inevitable actualización de nuestros tiempos, como son las nuevas tecnologías. La conexión de Isabelle con sus clientes únicamente es posibilitada por ellas, por unos esenciales mensajes a través del móvil con los que mantener en secreto su segunda vida.

La modelo Marina Vatch, con escasa trayectoria cinematográfica hasta ese momento, encara en un papel francamente complicado. Por un lado, fragilidad e inocencia; por otro, madurez y frialdad al más puro estilo de una femme fatale actualizada, pero, ante todo, con un palpable realismo que evita el melodrama a toda costa. Los sentimientos quedan contenidos tras la imagen cándida que Ozon sabe perfectamente cómo explotar y refugiar bajo una ráfaga de cariño y ternura. Junto a ella, Víctor (Fantin Ravat), su hermano menor, con quien tiene una relación más estrecha. Él emplea un vouyerismo extremo de consumo, el ver por el ver, el pretender recrearse tal y como la cultura de este tiempo le ha enseñado. Su curiosidad ante la vida sexual de su hermana desvela escenas que trasmiten cierta insatisfacción al presentar a un joven del que conoceremos pocos detalles. Casi errantes son el resto de personajes, como su madre, Sylvie (Géraldine Pailhas), o su padrastro, Patrick (Frédéric Pierrot), pero, sin duda, resulta reseñable la sublime aparición de Charlotte Rampling, encarnando a Alice, la esposa de uno de los amantes de la protagonista. “Joven y Bonita” es la expresión de la anhedonia y el florecer del sentimiento como crecimiento hasta llegar a la etapa adulta de Isabelle. Un proceso de aprendizaje que Ozon embarga de erotismo contenido, de vouyerismo inocente y de irremediable actualidad.

Lo mejor: la contención con la que el autor trata de reflexionar ante un fenómeno que impactó fuertemente a la sociedad francesa.

Lo peor: el maltrato que recibió por aquéllos que no supieron ver más allá.



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