jueves, 23 de febrero de 2017

BANGKOK, DRAMA Y VENGANZAS (2013)


La cinta del director y guionista danés Nicolas Winding Refn, “Sólo Dios Perdona”, es uno de esos trabajos que no permite dejar indiferente a nadie. Presentada a concurso en el Festival de Cannes de 2013, tanto el público como la crítica expresó opiniones dispares. Unos salieron totalmente decepcionados de la sala tras guardar grandes expectativas de aquel cineasta que creó una de las producciones más populares e indispensables de la última década, “Drive” (2011); mientras que otros quedaron fascinados por la fuerza embriagadora de todo un inigualable sello de autor. Es más que evidente que Refn sigue siendo único a la hora de plasmar ciertos imaginarios que favorecen esas pulsiones más instintivas, esa ambivalencia casi irreal surgida en un extraño juego entre límites.

En esta ocasión, nos trasladamos a la exótica metrópolis de Bangkok, en donde Julian (Ryan Gosling) trata de evadir a la justicia estadounidense. En su permanente estado de fuga, aprovecha su tiempo para traficar con estupefacientes por medio de su trabajo oficial como jefe en un club de boxeo tailandés. Detrás de todo esto se encuentra su propia madre, Crystal (Kristin Scott Thomas), que lidera una organización criminal de gran extensión y cuyo principal deseo es repatriar el cuerpo de su hijo predilecto, Billy (Tom Burke), el cual ha sido asesinado. Sin embargo, y pese a que su muerte se produjo como un acto de venganza por masacrar violentamente a una joven prostituta, Crystal desea complacer su odio, por lo que exige a Julian que busque a los asesinos de su hijo y les mate, enfrentándose a un policía ya jubilado, Chang (Yithaya Pansringarm), quien se ha ganado el favor de los demás agentes.

No existe novedad en el motor de esta historia, puesto que, con gran influencia del cine oriental, el director se adentra en el impactante y cautivador mundo de la representación cinematográfica de la venganza, llevando implícitas cuestiones como el honor y la culpa. Una apuesta sobre seguro y de lo más atractiva que muestra las mayores vilezas del ser humano. El juego sobre el que gira la fascinación ante la violencia, sea cual sea su justificación, es uno de los encantos que nos relata “Sólo Dios Perdona”, en la que principalmente continua ese hito postmoderno del héroe antihéroe, del protagonista ambivalente que se mantiene entre el límite del bien y del mal y que adereza la jugosidad de un acto de venganza que mantiene al espectador a la espera de grandes escenas de acción.

Evidentemente, la fotografía es el elemento más llamativo de la cinta. Una labor impecable en manos del director británico Larry Smith, al que posteriormente seguimos en la producción irlandesa “Calvary” (John Michael McDonagh, 2014). En este caso, la combinación entre los tonos neón de la iluminación y la lúgubre y siniestra atmósfera combinan en una puesta en escena magnífica, pero fuertemente apabullante. Un espacio en constante desequilibrio, que representa las sombras que pertenecen a unos personajes sumidos en el vacío, absorbidos por un “no lugar” que poco a poco adquiere personalidad propia. Su carácter queda sumido en las mismas pulsaciones de sus dueños, seres sin escrúpulos embriagados por el poder, la ambición y la ausencia de valores, pero que, en cambio, fortalecen sus lados familiares, el único círculo que aparentemente juega con la estabilidad de lo inestable. La prácticamente omnipresencia de este escenario hace que toda la narración pierda la fuerza necesaria, dejándonos llevar más por el aspecto visual, en lugar de una trama que pudiera haber funcionado mejor sin tener que verse en la constante lucha ante tanto exceso.

Podría decirse ya que estamos ante la fetichización de Refn por su actor principal, Gosling, quien, encarnando el papel de Julian, repite con el hermetismo del protagonista de “Drive”. Incapaces de conocer los pensamientos más profundos, Julian se convierte en un ser impredecible con un único objetivo claro. Ni siquiera esto nos facilita conocer de cerca su psicología, su modus operandi, sus deseos, su verdadera opinión, un aspecto que obviamente Gosling trabaja y domina a la perfección. Sometido a las órdenes y caprichos de una manipuladora madre, se somete a una encrucijada que sólo tendrá dos salidas. Scott Thomas se muestra excelente en una interpretación imponente, controlando a Crystal de principio a fin, la cual se encuentra cegada por la ira, por una venganza que no ve peligro a su alrededor, sólo un camino recto hacia la honra familiar. Ni siquiera quiere plantearse la idea de que, en realidad, es su hijo Billy quien ha manchado la imagen de un círculo relacional que ya se encontraba destruido de forma natural. Este detonante, bajo la actuación de un notable Burke, desvela cómo Billy se ve subyugado igualmente por ciertas pulsiones, aunque, en su caso, sean de tipo sexual y despiadado al tratar de reducir, a su vez, a una adolescente.

Tras toda esta fachada cargada de violencia, se revelan otras cuestiones más dramáticas en torno a las relaciones familiares que Refn desvela a fuego lento a partir de sus diálogos. Sería políticamente incorrecto desvelar esta esencia narrativa que acompaña a la acción y que complementa este ambivalente imaginario. Su clímax se recibe con silencio, expectante ante el enfrentamiento. Pansringarm encarna al villano, a ese “malo entre malos” que funciona irónicamente de enjuiciador. Su evidente previsibilidad ante el desenlace no juega a su favor, sumergiendo todo tipo de esperanzas bajo un final con tendencia al clasicismo. Con la llegada de los títulos de crédito, nos damos cuenta de que el director nos ha tratado de ofrecer un manjar interesante y que, en otros casos, a través de otra forma, hubiera resultado dulce, pero lamentablemente, en esa estética de videoclip ya vista en sus anteriores trabajos, como la exquisita “Drive”, la obra no termina de cuajar. 

Lo mejor: el trasfondo de la historia en sí. Las interpretaciones de Kristin Scott Thomas y de un desconocido (para el público occidental) Vithaya Pansringarm.

Lo peor: la cinta está sobrecargada de elementos que dan a entender que más bien se está visionando un extenso videoclip de dos horas de duración. Incluso, un abuso de elementos jodorowskynianos (de hecho, en los créditos del final de la cinta se observan agradecimientos a toda su obra).

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