lunes, 21 de marzo de 2016

EL EXCESIVO CAOS DEL ORDEN (2015)


El director británico Ben Wheatley ya posee una legión de seguidores gracias a los éxitos cosechados con “Sightseers” (2012) y “A Field in England” (2013) y tras el impulso generado por “Kill List” (2011). Obras con las que obtuvo reconocimiento internacional y le propulsaron como uno de los jóvenes cineastas más interesantes y rompedores del momento. Sin embargo y pese a tan buenas expectativas, “High-Rise”, uno de sus últimos largometrajes, tardó en encontrar una distribuidora en España, para extrañeza de muchos de sus admiradores.

La guionista Amy Jump, indispensable en su equipo, se encarga de adaptar la novela del escritor J.G. Ballard, afamado autor del que se han adaptado al cine otros de sus trabajos como “Crash” (David Cronenberg, 1996), “El Imperio del Sol” (Steven Spielberg, 1987) y “The Atrocity Exhibition” (Jonathan Weiss, 2000). La cinta nos presenta un mundo distópico ambientado en 1975, en el que se está construyendo un complejo de rascacielos. Uno de ellos ya está terminado y comienza a albergar a los primeros inquilinos. El Doctor Robert Laing se muda a la planta vigésimo quinta, a un apartamento de lujo con todas las comodidades. Sin embargo, el contacto con sus vecinos le llevará a darse cuenta de que el edificio está distribuido por clases sociales, con ciertos privilegios para los pisos superiores. Su diferenciación provocará una lucha entre las plantas con la que saldrá a la luz las mayores miserias del ser humano.

Una metáfora consistente que ya hemos visto en innumerables ocasiones y de distintas formas. Sin ir más lejos, el director surcoreano Bong Joon-Ho se embarcaba en una aventura similar a través de “Rompenieves (Snowpiercer)” (2013), en la que, en lugar de un rascacielos, la trama transcurría en tren dividido en vagones según las clases sociales. Al igual que él, Wheatley nos encierra en el edificio tan pronto como le es posible, ya que fuera de sus muros, el mundo apenas importa. Los mismos personajes serán quienes se aprisionen ellos mismos en su interior, puesto que, por más que intenten salir, siempre hay algo o alguien que los detiene. Una fórmula que recuerda claramente a la utilizada también en el clásico de Luis Buñuel, “El Ángel Exterminador” (1962), en el que un grupo de ociosos burgueses quedaban confinados en el salón de una gran mansión sin una aparente razón. Ambas cintas nos envuelven en esa atmósfera claustrofóbica de la que ningún personaje puede escapar. Así es como, con el transcurso de “High-Rise”, se aprecian constantes reminiscencias que nos llevan a películas en las que el autor obviamente se ha inspirado hasta convertir el largometraje en un producto demasiado redundante, inexpresivo y, en definitiva, demasiado visto.

Dos horas de metraje que comienzan a buen ritmo, pero que acaban abusando del exceso, tanto por la extenuación de una idea que bien podría haberse resumido en menos tiempo como por el abuso de escenas ciertamente escabrosas en su segunda mitad, provocando que el desarrollo del guion se agote hasta la extenuación. Wheatley ha tratado de seguir a sus personajes al pie de la letra, de tal forma que, mientras que ellos conviven en un aparente orden al principio de la película, la narración consigue transcurrir de forma lineal y sin contratiempos. No obstante, en cuanto el rascacielos queda sumido en el más destructible caos, el discurso se descompone dejando a un lado la coherencia de la que partía. Precisamente, el riesgo asumido en la trama queda más que ensombrecido por una práctica cinematográfica muy reseñable.

El director británico Laurie Rose repite experiencia con el autor realizando un excelente trabajo de fotografía. Rodado principalmente en interiores, el ambiente se va enturbiando con el paso de los minutos, dejando espacio a tonalidades frías, iluminaciones exquisitamente preciosistas y rincones cada vez más claustrofóbicos, asfixiantes y oscuros. La magnífica estética geométrica perfila esa atmósfera angustiante y contrasta con el toque hopperiano que poseen las imágenes y la mezcolanza entre diferentes épocas, sobre todo a nivel vestuario. Una labor, sin duda, excepcional que, en ocasiones, se embarca por el lado más experimental, mientras que en otras reluce cierto aire de videoclip entre infinitos espejos. El compositor Clint Mansell, catapultado principalmente por su colaboración en la inigualable banda sonora de “Réquiem por un Sueño” (Darren Aronofsky, 2000), aporta ritmos clásicos, a veces un tanto barrocos y otras con un toque deliciosamente psicodélico.

“High-Rise” posee un elenco realmente atractivo con Tom Hiddleston como protagonista de la historia. Una excelente interpretación como el Doctor Laing, el único que intenta encajar entre las dos clases tan diferenciadas y quien verdaderamente siente que no pertenece a ese sistema preestablecido ni tampoco tiene por qué hacerlo. Junto a él, destaca un brillante Luke Evans en un papel que trata de reivindicar las injusticias, pero que no puede evitar ser corrompido por ellas. De aparente fortaleza, poco a poco se convierte en un ser perturbado, fuera de sí por culpa de la impotencia ante el caos. Su embarazada esposa, interpretada por una cándida Elisabeth Moss, encarna la inocencia y dulzura desequilibrada, desbordada por el exceso de su alrededor. A la cabeza del edificio, el veterano Jeremy Irons, como el arquitecto Anthony Royal, no logra destacar ante personajes más arrebatadores que el suyo y es que, como secundario que es, queda totalmente ensombrecido por sus compañeros de reparto, además de encerrar algunas incógnitas que no quedan explicadas en la narración. Mientras que Sienna Miller despliega todo su erotismo como vecina de Laing. Cautivadora y sensual, su actuación se ve maquillada entre el elenco masculino como nexo de unión.

“High-Rise” es puro exceso y caos. Egoísmo, humillación, clasismo, discriminación y barroquismo envueltos en aires surrealistas demasiado explotados por Wheatley para construir una producción irregular a nivel narrativo, pero hipnótica gracias a una labor técnica excepcional. El dilatado metraje juega en contra de un trabajo que podría haber sido uno de los mejores en la trayectoria del cineasta y que, en cambio, queda relegado al gusto de sus más fervientes y comprensivos seguidores.

Lo mejor: los toques experimentales y el efecto videoclip en algunas de sus escenas.

Lo peor: el exceso de metraje en una historia que ya hemos visto demasiadas veces.


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