lunes, 15 de febrero de 2016

LA PEOR CARA DE LA TRAICIÓN (2015)

“El Renacido (The Revenant)”, lo último del director mexicano Alejandro Iñárritu, será recordada como la película con la que el actor Leonardo DiCaprio logró hacerse con tan esperado Oscar. A estas alturas, el actor posee una de las trayectorias más envidiables al haber trabajado con cineastas de la talla de Christopher Nolan, Ridley Scott, Steven Spielberg, Woody Allen, Danny Boyle, James Cameron, Baz Luhrmann, Sam Mendes, Clint Eastwood, Quentin Tarantino o Martin Scorsese, con el que ha colaborado en repetidas ocasiones, convirtiéndose en uno de sus “musos” al igual que ocurriría con Robert De Niro hace pocas décadas. Resulta totalmente meritorio que DiCaprio continúe explorando y jugando con sus límites, sorprendiendo con cada nueva interpretación, pero el lastre de sus primeras cintas ha pesado demasiado en su vida.

Por su parte, es indudable que Iñárritu se ha convertido en uno de los realizadores del momento y más después del éxito cosechado con una de las mejores películas del año 2015, “Birdman”. En esta ocasión, su segundo Oscar es gracias a una revisión del clásico western. El autor presenta una película arriesgada que explora el ámbito técnico, gracias al cual ha conseguido crear una de las secuencias más extraordinarias del cine contemporáneo que, sin duda, pasará a la historia.

Basada en hechos reales, Hugh Glass fue un explorador norteamericano que, en 1823, sobrevivió al tremendo ataque de un oso, por el que fue dado por muerto y abandonado por su grupo. “El Renacido (The Revenant)” también cuenta con antecedentes cinematográficos y es que la famosa leyenda del legendario Glass dio, incluso, para realizar otro largometraje, “El Hombre de una Tierra Salvaje” (Richard C. Sarafian, 1971). Iñárritu nos sitúa en medio de la batalla entre indios y colonos, cuando Glass (Leonardo DiCpario), su hijo mestizo Hawk (Forrest Goodluck) y un grupo de hombres a los que guía, intentan buscar pieles para comercializarlas. De repente, son atacados, por lo que tratan de evitar el conflicto y volver al pueblo. A mitad de camino, Glass es asaltado por un oso, quedando gravemente herido. El capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson) toma la decisión de seguir avanzando, dejando atrás a su compañero, convertido en un lastre para el grupo, junto al militar John Fitzgerald (Tom Hardy) y el joven Jim Bridger (Will Poulter), que se encargarán de su cuidado, por una cuantiosa recompensa, hasta que fallezca.

La narración, que se desarrolla a fuego lento y de forma casi contemplativa, juega con la idea de la venganza y la supervivencia como motor principal. Sin apenas diálogos y con alguna escena onírica de por medio, asistimos a la gran fortaleza del protagonista, que, si no llegásemos a saber que parte de la trama ocurrió en la realidad, bien podríamos decir que el guion peca de inverosímil. Las dosis de violencia y su tratamiento desvelan cierta admiración que el autor profesa por el gran cineasta californiano Sam Peckinpah. Las bajezas del ser humano quedan retratadas a partir del egoísmo de sus personajes, de la ambición que corre por sus venas y del ensalzamiento del sentimiento de superioridad entre iguales. Dos horas y media de luchas, de demonios internos, de grandes enemigos y, pese a que en ocasiones da la sensación de ser demasiado metraje para contar esta historia, de un despliegue cinematográfico fantástico, sobre todo, a nivel visual.

Resulta inevitable ver ciertas reminiscencias del cine de Terrence Malick a través de las impresionantes panorámicas o de los planos de 360º que se zambullen plenamente en el paisaje nevado, en los profundos y aislados bosques o en los congelados desiertos de Montana. El director mexicano Emmanuel Lubezki, también ganador del Oscar, se encarga de explotar este escenario para crear una fotografía casi mágica con escenas que recuerdan irremediablemente a la mítica obra dirigida por el popular actor Kevin Costner, “Bailando con Lobos” (1990) o, a nivel más narrativo, a “Las Aventuras de Jeremiah Johnson” (Sydney Pollack, 1972). La cámara nos mantiene como silenciosos testigos, aunque, a veces, su acercamiento es tan intenso que podemos llegar a sentir la respiración de sus personajes, a los que invade a la mínima oportunidad.

La trama consigue sustentarse gracias a las sobresalientes interpretaciones de un DiCaprio bastante exigente a la cabeza del reparto. Sumido en el sufrido y la ira, el personaje de Glass despierta un gran interés a manos del actor, que despliega una gran fuerza física y emocional en la que bien podría ser una de sus mejores actuaciones hasta la fecha. Por su parte, Hardy, en su papel de antagonista, logra mimetizarse totalmente con la historia, captando nuestra atención desde el primer minuto. Fitzgerald representa a la traición, al individualismo, a la manipulación. Es impulsivo, despreciable, pero sumamente carismático, lo que hace que ninguno de los dos pueda existir sin la presencia del otro a la hora de tratar la narración. En última instancia, un cautivador Gleeson aporta cierta bondad al argumento y un estupendo trabajo que suma a una imparable carrera de lo más variada y es que al irlandés parece que no se le resiste ningún género. Mientras, el joven Poulter comienza a despegar entre Hollywood y el mundo de las series televisivas, en el que se ve inmerso últimamente gracias a “Code Black” (David Semel, 2015) para la CBS. Ciertos rumores nos llevan a la próxima producción del cineasta argentino Andrés Muschietti, el remake de “It” (2017), en el que Poulter podría ser perfecto para un gran papel, el del payaso Pennywase.

“El Renacido (The Revenant)” es cruda, gélida, con personajes verdaderamente inhumanos, con una historia sencilla, pero con una labor técnica magnífica y apabullante. La belleza extraída de parajes inhóspitos, el realismo aportado por los sutiles movimientos de cámara o la intensa y elegante banda sonora a cargo de Carsten Nicolai y Ryûichi Sakamoto completan este largometraje, que, sin duda, es uno de los más impecables de la filmografía de Iñárritu.

Lo mejor: el excelente trabajo técnico hace que cada escena sea asombrosa a nivel contemplativo. Las actuaciones de Hardy y, en especial, DiCaprio.

Lo peor: la cinta posee algunos instantes excesivamente densos que merman el pausado ritmo de la narración.



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