jueves, 28 de enero de 2016

LA FRIALDAD DE LA ESPERANZA (2015)

Cuando el cine dedica su tiempo a hablar de cuestiones tan delicadas como una enfermedad, se requiere de un tratamiento tan sumamente delicado que puede llegar a ser una verdadera problemática en taquilla. Una historia de estas características puede triunfar ante el público por su realismo, pero también se puede caer en un sentimentalismo melodramático tan repelente que edulcore demasiado el tema y acabe siendo un auténtico esperpento. 

El director español Julio Medem retrata el cáncer en su largometraje “Ma Ma”, centrándose, principalmente, en el personaje de Magda (Penélope Cruz), una profesora y madre recién separada que vive con su hijo Dani (Teo Planell). En una revisión médica, el ginecólogo, Julián (Asier Etxeandia), descubre que la mujer tiene varios bultos en el pecho. Magda debe someterse a una mastectomía y a varias sesiones de quimioterapia para erradicar la enfermedad, pero, antes, debe enviar a su hijo de vacaciones para que no tenga que presenciar la hospitalización. Mientras piensa en los resultados y lo que supone este traspié en su vida, conoce a Arturo (Luis Tosar) en un partido de fútbol de Dani. De repente, el ojeador del Real Madrid recibe una llamada devastadora. Su encuentro les llevará al apoyo mutuo para hacer frente a las desgracias de sus vidas.

El cineasta mantiene ciertos resquicios de su arriesgada autoría, profundizando siempre en la psicología de sus personajes, en sus puntos de vista y en la mirada poética hacia las emociones de éstos. Sin embargo, todo queda ensombrecido por la convencionalidad de la narración, que, en los momentos más intensos, tiende a ser edulcorada y excesivamente correcta, perdiendo cualquier atisbo de frescura y naturalidad. Las buenas intenciones de Medem navegan a duras penas en esta irregularidad con escenas que indican cuándo el espectador es forzado a sumergirse en un mar de lágrimas o cuándo debe sonreír. Una estructura tan planificada que impide sentir total libertad a la hora de enfrentar la trama, la cual queda demasiado previsible a los ojos del público.

Algunos elementos surrealistas adornan el relato de la mano de una preciosa niña rusa llamada Natasha (Anna Jiménez), refugio de los anhelos de Magda. Este tipo de detalles tan clásicos del director, se complementan con instantes metafóricos como las imágenes del corazón latiendo en lugar del clímax dramático y la exaltación del amor. Igualmente, cuestiones como la soledad, las relaciones de pareja, las responsabilidades, las ansias de vivir, la pérdida de seres queridos, la esperanza e, incluso, la religión o la espiritualidad del alma tienen cabida en los 110 minutos que dura el metraje.

El principal reclamo de la cinta es, sin duda, la famosa actriz Penélope Cruz en el papel principal. Un trabajo soberbio que hipnotiza desde el primer segundo a pesar de la dificultad que posee su personaje. Bondadosas sonrisas, lágrimas de ira e impotencia, luz en su rostro y calidez en sus acciones para representar a todas las mujeres afectadas por el cáncer. Junto a ella, el resto de un elenco carismático que intentan romper con el rígido patrón narrativo de Medem. Un estupendo Tosar se muestra cercano, sufrido, pero, a pesar de su notable interpretación, su personaje, Arturoencierra ciertas incógnitas que quedan olvidadas a lo largo de la película y que no son descubiertas ni siquiera en última instancia. Por su parte, Etxeandia demuestra, una vez, sus grandes dotes con una estupenda actuación, aunque su personaje encierre cierta inverosimilitud en sus diálogos, sobre todo, en cuanto a momentos musicales se refiere y, en especial, en los últimos minutos del largometraje, en donde resulta desconcertante la forma en la que se apela excesivamente y, para colmo, al efecto edulcorado de las emociones. 

Por último, el joven Planell cumple a la perfección con su cometido, aunque el autor apenas le otorga una gran relevancia por sí mismo. Hubiera sido realmente interesante profundizar en los sentimientos del pequeño para apoyar al realismo de la trama. En menor medida, Silvia Abascal, Álex Brendemühl o Miguel Mota aparecen en alguna que otra escena sin gran importancia en el transcurso de la historia.

Ambientada en Madrid, la cinta posee algunas reminiscencias que nos recuerdan a antiguos trabajos del cineasta, como “Los Amantes del Círculo Polar” (1998) o “Lucía y el Sexo” (2001), en cuanto a los juegos de luces de intenso blanco o la búsqueda del mar como presencia vital en las vidas de los personajes y como efecto terrenal y natural tan propio en el cine de Medem. Así pues, la labor fotográfica, a cargo del director Kiko de la Rica, explora el minimalismo de una atmósfera irremediablemente fría. Los tonos azules y blancos en escenarios como el hospital entran en continuo contraste con las imágenes veraniegas de la playa, que suponen los momentos de mayor felicidad de Magda. El compositor español Alberto Iglesias cuenta, en esta ocasión, con la colaboración de Eduardo Cruz, el hermano de la actriz principal, para crear una banda sonora sumamente intimista.

“Ma Ma” es un convencional homenaje que se vuelca en los detalles y, sobre todo, en su personaje principal, Magda, centro de toda la producción. Tristemente predecible y forzosamente emocional, su fría imagen se extrapola al sentimiento que produce, a pesar del espléndido trabajo que realiza su elenco, encabezado por una magnífica Penélope Cruz en uno de los papeles más importantes de su trayectoria que, sin duda, no dejará indiferente a nadie y que, justamente, debería ser tomado en cuenta.

Lo mejor: el fantástico reparto que da vida a una historia de gran dificultad.

Lo peor: su hermético guion impide la naturalidad de la acción, afectando negativamente a la empatía del espectador.


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