miércoles, 30 de diciembre de 2015

UN PEQUEÑO MILAGRO (1895)

Quién les ibas a decir a los hermanos Louis y Auguste Lumière que su idea de crear una máquina que recogiera y proyectara imágenes en movimiento no sería una simple moda, tal y como ellos mismos auguraban, sino que se convertiría en una parte indispensable de nuestro ocio y que, más de 120 años después, aún seguiríamos hablando de ellos con suma admiración y es que aquel 28 de diciembre de 1895 marcaría un antes y un después en nuestra historia. 

“Salida de los Obreros de la Fábrica” fue el primer paso. 46 segundos de metraje en los que se abre una pequeña ventana para conocer la cotidianidad de unos trabajadores a finales del siglo XIX. La grabación de los hermanos Lumière tan sólo es un plano fijo que captaba justo el momento en el que se da por finalizada la jornada. Las puertas de la empresa de artículos fotográficos de Monplaisir, en Lyon, se abren para dejar salir, en su mayoría, a mujeres con largos vestidos y vistosos sombreros. Una vez que las puertas comienzan a cerrarse, el cortometraje llega a su fin. 

Claramente, no existe una narración, puesto que los autores no pretendían transmitir una idea, sino, recordemos, ver las posibilidades que les ofrecía este experimento, por lo que existen diversas versiones de esta pieza. La presencia de la cámara capta la atención de los peculiares actores y es que más de uno se percata de la situación o bien podría decirse que, en parte, hay señales evidentes de que se ha querido guionizar el metraje, puesto que una de las mujeres que intenta corregir la dirección de su compañera así lo delata, entre otros dudosos detalles. En otros fragmentos, los trabajadores no aparecen tan arreglados e, incluso, se genera un mayor caos en la puerta. Pero, independientemente de lo que ocurra, “Salida de los Obreros de la Fábrica” es una minúscula obra totalmente indispensable, no solo por su valor cinematográfico, sino también por interés histórico y costumbrista y por ser el primer atisbo del género documental. Un pequeño milagro que dio paso a un sinfín de historias, formatos y vivencias. De calidad pobre, es indudable, pero de una importancia inconmensurable. 

Es cierto que, en un primer momento, los hermanos Lumière no vieron mucho futuro a su invento, pero, por suerte, supieron aprovechar esa supuesta “moda pasajera” para enviar corresponsales a diferentes lugares del mundo con el fin de abrir fronteras a su público. Extractos que consiguieron maravillar a ese primer espectador que se asustó de un tren al pensar que iba a ser atropellado en “Llegada del Tren a la Estación de La Ciotat” (1895) o que se divirtió viendo a un travieso joven que intentaba empapar de agua al jardinero en “El Regador Regado” (1895). Es difícil sentir los efectos que, en aquel instante, produjo el cinematógrafo en las vidas de las personas, pero, gracias a la conservación de estas delicadas piezas, podemos ser partícipes de los primeros pasos de un arte del que seguimos disfrutando día tras día. 



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