lunes, 9 de noviembre de 2015

EL AMOR COMO PLACEBO (2014)

Im Kwon-Taek es uno de los directores de cine moderno más importantes de Corea del Sur. De hecho, a sus 79 años, ha realizado la friolera cifra de 102 largometrajes, engrosando una imparable carrera digna de estudio para la comprensión de la sociedad, cultura y tradiciones de su país. Todo un manjar para los más cinéfilos y los amantes del mundo asiático, que encontrarán, una vez más, una visión única y personal de este veterano e indispensable realizador.

Su última obra, “Revivre”, que en su título original, “Hwayang”, hace referencia al proceso de cremación tras el fallecimiento, relata una historia realmente cercana, basada en la novela del galardonado escritor Kim Hoon. Oh Sang-Moo (Ahn Sung-Ki) es un hombre de mediana edad, directivo de una exitosa compañía de cosméticos, que ve cómo su esposa (Kim Ho-Jung) se marchita a gran velocidad debido al cáncer terminal que sufre. Sus dolores de cabeza se hacen más fuertes y debe ser ingresada para tomar tratamiento. Oh dedica sus días a trabajar y a atender a su mujer, pero la llegada a la oficina de una nueva trabajadora, Choo Eun-Joo (Kim Gyu-Ri), hace tambalear toda su rutina. Su belleza, juventud y elegancia hace que el protagonista se plantee la posibilidad de tener un affaire con ella.   

El debutante guionista Song Yun-Hee se encarga de esta adaptación, que retrata el imparable paso del tiempo y su rápida fugacidad. Sin profundizar excesivamente en el drama, el autor se centra en la mente de sus personajes, en sus emociones y pensamientos, y, cómo no, aportar su autoría en un trabajo en el que no podría faltar la tradición y el humanismo involucrados en una fuerte disputa entre el deseo y el respeto. Sin ser evidente, el espectador se ve inmerso de lleno en el dilema en el que se encuentra Oh, manteniéndose en debate hasta el mismo final. 

La acción transcurre entre constantes flashbacks a modo de puzzle, creando un resultado aparentemente desordenado y abusivo, pero fácil de digerir. La delicadeza en el tratamiento de la enfermedad hace que apenas adquiera protagonismo, pero que, en cambio, sintamos muy de cerca el padecimiento de la esposa de Oh. El director nos invita a contemplar escenas de gran dureza emocional retratadas con una pureza y sencillez pasmosa. Pese a que el deterioro de su mujer no es el tema principal de la cinta, se mantiene a la sombra de forma permanente, siendo imposible olvidar el dolor que puede llegar a soportar una mujer que poco a poco acaba extenuándose hasta la rendición. Desde la otra postura, el protagonista se involucra como familiar de paciente, con los cuidados diarios, la compañía, pero con un sentimiento que a veces se dispersa y se encierra en sus fantasías con Eun-Joo. Ella representa ese placebo que le ayuda a escapar de la cruel realidad, del exasperante final. Es una forma de recuperar momentos perdidos de un pasado ya lejano, recuerdos de la felicidad de juventud, del enamoramiento y el coqueteo. 

Kwon-Taek adapta la desnudez asexual sin tapujos, un aspecto bastante delicado en el cine coreano y que el autor ha utilizado para plasmar cómo el ser humano envejece hasta un punto que roza lo denigrante. Sin ninguna valía, la mujer de Oh apenas puede tenerse en pie, por lo que su diligente marido debe ayudarla en prácticamente todo. La angustia de la espera enmarca esa incapacidad, esa fragilidad, ese sentimiento de impotencia de quien ve cómo se le escapa el tiempo y no puede hacer nada. Una sensación tan desgarradora que es imposible obviarla a favor de la trama romántica.

El famoso actor Sung-Ki es el eje central de la narración. Tras participar en varias producciones del cineasta, resulta más que indispensable su participación. Por supuesto, y con tan basta experiencia, su interpretación muestra una amplia gama emocional que pasea durante los 93 minutos de duración del metraje. Su trabajo que parece bastante acomodado y que, en verdad, encierra grandes dificultades. Oh parece frío, distante, dedicado a su pareja, pero desde la primera escena notamos su profundidad. Sus problemas de próstata le impiden orinar con normalidad, por lo que acude, con cierta vergüenza, a una clínica para hacer sus necesidades. Tampoco es capaz de exteriorizar sus sentimientos y, mucho menos, de ir más allá de lo políticamente correcto, al menos, hasta la llegada de Eun-Joo. Por su parte, la actriz Gyu-Ri es otro de los rostros más conocidos, aunque, en esta ocasión, su intervención pase más desapercibida al compartir protagonismo con Sung-Ki y una impresionante e impecable Ho-Jung, que da vida a un personaje realmente intenso y de gran carga emocional que no deja indiferente al público. 

La gran belleza de algunas de sus escenas se contrarresta perfectamente con la sencillez y pulcritud visual de las restantes gracias a la fantástica labor del director de fotografía Kim Hyung-Ku, un gran peso pesado en la industria cinematográfica coreana. El espectacular despliegue colorista del que se hace gala en los primeros minutos, en donde acompañamos a un tradicional cortejo fúnebre, nos atrapa en la fantasía vivida por este triángulo amoroso. Este preciosismo técnico se suma a la autoría de Kwon-Taek que, una vez más, nos invita a sentir las emociones de sus personajes por encima de las historias, al placer de presenciar “Revivre” que, aun no siendo de las mejores cintas del cineasta, resulta un correcto trabajo para deleite de sus fans.

Lo mejor: la intensidad de sus personajes. El virtuoso trabajo técnico y artístico del que hace gala.

Lo peor: quienes conocen al autor, sentirán una especie de vacío en su desenlace, que, por cierto, contiene una de las escenas más peliagudas de la película y que requiere de mayor comprensión y cierto conocimiento de la sociedad coreana por parte del espectador.



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