viernes, 4 de septiembre de 2015

EN BUSCA DE RESPUESTAS (2011)



Cuando hablamos de cine de autor asiático, es inevitable que la mente nos remita enseguida al realizador surcoreano Kim Ki-Duk. Un director que supo meterse en el bolsillo tanto a crítica como a cinéfilos gracias a las emotivas e íntimas historias que nos hacía llegar a partir de unas obras de puro preciosismo técnico. Su sello de identidad es inigualable y su popularidad internacional se hizo notoria a través de las sobresalientes “Primavera, Verano, Otoño, Invierno… Primavera” (2003) y “Hierro 3” (2004). A través de su trayectoria, le hemos visto crecer y conseguir el clímax de su intachable carrera, pero, como buen artista que se precie, fue inevitable verle nadar entre las aguas de la depresión. En su único documental hasta la fecha, “Arirang”, nos explicó las causas de su retiro del ámbito laboral, mientras que le veíamos encerrarse en la soledad más profunda de las montañas, en una cabaña donde dedicó su tiempo nada más que a sobrevivir y a reflexionar sobre los últimos acontecimientos que habían llegado a su vida. Parte de su equipo le traicionó y, sin querer, su regreso al séptimo arte, a pesar de tomar un gran impulso, se vio negativamente afectado.

Poco tiempo antes de esta película tan personal, llegaba “Amén”, el primer largometraje que recibimos tras su periodo de ausencia de dos años y que logró que tanto el público como la crítica se vieran asombrados por algo tan extraño e impropio de él. Más de uno tuvo la sensación de que Ki-Duk trataba, por primera vez, de reírse de sus seguidores cuando en realidad la pieza simplemente supone un nuevo comienzo en su peculiar recorrido profesional, una especie de renovación que el cineasta ha ido depositando en sus últimas cintas y que ha conseguido dar un nuevo giro al despertar cierta morbosidad con el interesante patrón de las extremas relaciones entre la figura de la madre y del hijo, tal y como vimos en la posterior “Pietà” (2012) o, más evidenciado, en “Moebius” (2013), pero claro, tan sólo pudimos entender sus razones y el fracaso estrepitoso de “Amén” una vez que visualizamos “Arirang”.

El viaje como búsqueda de uno mismo es lo que se esconde tras la historia de la protagonista sin nombre que interpreta la actriz Kim Hye-Na. El deseo de encontrar a un hombre le lleva a recorrer las ciudades de París, Avignon y Venecia en una especie de persecución sin motivo aparente. Las circunstancias siempre están en contra de la joven, que, sin remedio, acaba mendigando para poder continuar con su dolorosa odisea. No obstante, alguien es testigo de sus andanzas, un hombre equipado con una máscara de gas y sin identidad definida (el propio Kim Ki-Duk ahorrando costes) va tras sus pasos.

El argumento sigue la esencia acostumbrada del autor, pero Hye-Na no consigue conectar con su personaje, permaneciendo de principio a fin inexpresiva y construyendo una especie de muro indestructible frente al espectador, que simplemente ve transcurrir el tiempo sin sentir emoción alguna. Su misión contemplativa se extiende a lo largo de los 73 minutos que dura la película, llegando a ser, incluso, soporífera en los instantes en los que se repite la misma acción entre búsquedas una y otra vez, un aspecto que se refuerza por la tradicional casi ausencia de diálogos con la que el cineasta siempre intenta jugar para expresar esa simbología o poesía cinematográfica que el espectador debe desenmarañar.

“Amén” es una propuesta arriesgada que sufre de severas imperfecciones y que el director intenta hilar desde un punto de vista experimental, dando, así, comienzo a esta nueva etapa más adulta y experimentada de Ki-Duk. Sin necesidad de ese equipo que supuestamente le traicionó, todos los aspectos del rodaje recaen sobre sus espaldas. Con cierto aire minimalista por los pocos recursos, la cámara en mano en todo momento al más puro estilo amateur y un sonido prácticamente sin tratamiento, recorremos las ciudades sin ese preciosismo tan característico, sin poder deleitarnos con la belleza de éstas. Su aspecto sombrío acecha cada detalle, desembocando en un trabajo que sí, es muy radical, pero que no logra pasar la prueba de quienes esperaban más del afamado autor surcoreano.

Lo mejor: los tensos instantes en los que aparece el hombre enmascarado que, al menos, consiguen captar nuestra atención por el simple hecho de no saber quién es él y qué es lo que quiere.

Lo peor: los bruscos y temblorosos movimientos de cámara. La pasividad de Hye-Na que, de principio a fin, nos deja más que indiferentes.



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