jueves, 24 de septiembre de 2015

EL VACÍO DE LA BURGUESÍA (1968)


El director y guionista italiano Pier Paolo Pasolini no podía desaprovechar la ocasión para dar salida a su obra en pleno año revolucionario. En 1968, el séptimo arte se convirtió en la plataforma perfecta para propagar los ideales de un movimiento que se desarrolló de forma paralela al cine más comercial. Su cinta “Teorema” se erige sobre la visión de la familia burguesa, sobre la que vuelca todos sus pensamientos y reflexiones intelectuales para realizar una crítica mordaz de esta clase social y de los instintos más básicos que, como seres humanos, poseen, pero que, de cara al exterior, prefieren ocultar.

Así es cómo surge la figura del visitante (Terence Stamp), del joven que se cuela en sus vidas gracias a la invitación de su amigo Pietro (Andrés José Cruz Soublette). Tan sólo es necesario un verano para que el protagonista consiga encandilar a cada uno de los miembros. Lucia, la madre (Silvana Mangano) cae rendida al instante ante tan atractivo muchacho y estupendo oyente, mientras que su hija, Odetta (Anne Wiazemsky) se deja embriagar por la pasión de la juventud. El padre, Paolo (Massimo Girotti), parece resistirse más, pero termina dejándose llevar ante la magia que su invitado despliega. Con el fin de la temporada vacacional, el visitante desaparece, generando un fuerte trauma entre todos los personajes, que sienten la pérdida profundamente y hasta límites exagerados. Infelices y vacíos, cada uno de ellos sufrirá las consecuencias de una ausencia que les ha dejado marcados de por vida.

“Teorema” no ha sabido envejecer como debiera, por eso, es necesario tener presente su contexto en todo momento, puesto que, ya de por sí, se muestra una narración muy poco dinámica, desarrollada a fuego tan lento que, a veces, da la sensación de que no pasa nada. Cada escena encierra una gran carga ideológica suministrada a partir de metáforas que exigen de un mayor esfuerzo intelectual por parte del espectador. No es sencillo disfrutar de una obra de este calibre, puesto que Pasolini no pensó en el futuro de su trabajo, sino que se centró principalmente en la generación luchadora del momento, en la sensación de sentirse identificados por una causa y en la de concienciar a quienes aún no se habían dado cuenta de esa necesidad de cambio, de la inminente ruptura con el conservadurismo.

El autor expone a la burguesía ante su sexualidad, sus debilidades y su más pura decadencia, algo que, obviamente, generaría una gran controversia por una degradación que el séptimo arte no acostumbraba a recoger y que el largometraje recoge no sin cierta torpeza en su planteamiento. Esa lucha de clases entre trabajadores y burguesía queda reflejada en un primer plano, con unos protagonistas casi decadentemente caricaturizados, frente a la asistenta, Emilia (Laura Betti), que representa al obrero y que al final es la que mejor sale parada. Un mensaje que especialmente queda expuesto a partir de su montaje, que cobra una gran importancia al aportar parte de esa ideología que el cineasta pretende mostrar y que, sin embargo, despierta un gran número de interpretaciones. Tal vez el personaje principal sea la viva imagen de la fe, de los ideales o del mismo tradicionalismo burgués al que se aferran y que les es arrebatado, sumiéndolos en un auténtico agujero negro vital en el que se sienten perdidos, sin razón de vivir.

El amor que les entrega el visitante parece aprovechado, vacuo, sin sustancia, pero, pese a su fugacidad, consigue extraer todas las fragilidades, las miserias más ruines de quienes, según Pasolini, son los principales enemigos de la renovación social. Una realidad aparentemente atemporal y fría que contrarresta la pasión por la que se deja llevar la familia. El reputado actor Terence Stamp es la pieza clave, el engranaje que hace funcionar “Teorema”. Parece disfrutar en un papel que otorga vida para luego quitarla, una especie de ángel de la muerte que les escucha detenidamente, les estudia y les aporta más de lo que ellos nunca podrían haber imaginado tan sólo con su presencia. Una apuesta segura para el cineasta que, a parte de contar con toda una estrella, también completa su elenco con una de las caras más famosas de la nouvelle vague y, en sí, del cine de autor europeo de la época. Hablamos de la joven Anne Wiazemsky que, en esta ocasión, luce enfermiza, retraída, una adolescente ensombrecida que termina por ser eclipsada hasta el extremo. Tampoco podía faltar Laura Betti, una de las musas del realizador y que, como siempre, hace frente con gran maestría un personaje que, al principio, no tiene gran importancia, pero que va adquiriendo mayor peso conforme avance el metraje, posicionándose como elemento esencial en los minutos finales. El resto del reparto, igualmente, realizan un trabajo más que correcto, destacando a Silvana Mangano que desempeña una labor interpretativa fantástica, desde sus seductores gestos y mirada hasta su pérdida de luz al quedar sumida en la más pura tristeza por la ausencia del visitante.

“Teorema” es toda una explosión ideológica de apacible imagen y perfección técnica. Un largometraje perseguido por el contexto histórico, aspecto fundamental para poder entender el mensaje que exhibe Pasolini y que hacen de este filme (y de otros muchos creados bajo el halo revolucionario del 68) una producción indispensable para todo cinéfilo por su gran valor generacional y su aportación al cine italiano.

Lo mejor: la fabulosa actuación de Terence Stamp que, con tan poco diálogo, sabe expresar más que ninguno. El peso histórico de la cinta.

Lo peor: su sosegado ritmo puede acabar con la paciencia de quien no está acostumbrado a ver este tipo de películas.



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