miércoles, 27 de mayo de 2015

UN VIAJE ALUCINANTE (2009)


Pocas películas comienzan con su protagonista muerto en sus primeros minutos y que, a partir de ahí, surja un viaje astral a través de toda una megalópolis tan brillante, artificial y oscura. Odiada y menospreciada por la crítica durante años, “Enter The Void” (y a su realizador y guionista, el argentino Gaspar Noé) se convirtió en una de esas cintas de cine maldito en la que todos los improperios se centran en decir que le sobra metraje. El público y la prensa especializada ya sabía a qué se atenía conociendo la obra previa del autor. Eso es lo esencial para enfrentarse a un trabajo de este director, saber que no se corta un pelo a la hora de poner escenas duras en pantalla o, mejor dicho, abordar éstas de una manera que a otro cineasta ni se le pasaría por la cabeza. Y es de agradecer que, hoy en día, algunos pocos se atrevan a arriesgar y a enriquecer el mundo del séptimo arte.

Antes de enfrentarse a este largometraje tan complicado y diferente, es necesario dejar a un lado nuestra mente para disfrutar del curioso juego propuesto a través de un ejercicio cinematográfico sin igual que reclama más que atención por parte del espectador. El autor lanza su propia autoría contra la pantalla a través de letreros luminosos con los que presenta poco a poco a su indispensable equipo. Tan rompedor comienzo nos desvela la historia de Oscar (Nathaniel Brown) y Linda (Paz de la Huerta), dos hermanos norteamericanos que residen en la inmensa ciudad de Tokio. Él trafica con drogas, mientras que ella es una stripper en un club nocturno. Pronto sus vidas darán un giro cuando Oscar se ve envuelto en un altercado y fallece tras ser disparado por la policía.

Desde ese momento, la mente de Gaspar Noé nos lleva a posicionarnos en los ojos de Oscar o, mejor dicho, de su alma. Lo que vemos ante nosotros es exactamente lo mismo que el protagonista visualiza a cada instante. El autor exige nuestra implicación más absoluta a través de planos subjetivos que fluyen entre parpadeos y la efímera presencia de una cámara que se adapta a su condición de ente. Oscar es quien nos permite presenciar toda la acción, sentir lo que él siente y comprender todo lo que presencia sin que otros se den cuenta. Un onirismo desagradable que nos mantiene al margen, sin poder entrometernos en escenas que deseamos interrumpir, sino como simples testigos de lo que ocurre a nuestro alrededor tras la muerte. Este extraño viaje extracorpóreo no tiene precedentes a nivel cinematográfico y es precisamente este magnífico detalle lo que encumbra a “Enter The Void” como una de las cintas contemporáneas más enriquecedoras.

La presencia de las drogas favorece ese aspecto irreal de las imágenes, que nadan entre mares psicodélicos, exageradamente coloristas y con una fuerte contraposición entre una oscura atmósfera tan sólo iluminada por el neón de carteles de clubs nocturnos. Un toque experimental que viene a cargo del director de fotografía belga Benoît Debie, quien no sólo ha participado en otros títulos del autor, como “Irreversible” (2002), sino que además, posteriormente, pudimos ver su estupendo trabajo en el debut de la famosa realizadora de videoclips Floria Sigismondi, “The Runaways” (2010), la también ópera prima del actor Ryan Gosling, “Lost River” (2014) o en “Todo Saldrá Bien” (2015), de Wim Wenders, entre otras.

Tras una de las muertes más tristes y solitarias del cine, la película se torna cada vez más excesiva y redundante a nivel visual. Perdida en la laberíntica urbe y en su pausado ritmo narrativo, que no técnico, “Enter the Void” se vuelve casi un reto para un espectador que se mantiene pegado a la pantalla en busca de un clímax potente, tal y como promete su inicio, casi convertido en una especie de espía en la sombra que intenta profundizar en la vida de Linda, en los sentimientos que se agolpan tras el fallecimiento de su hermano y en el trágico y caótico día a día de una ciudad que parece absorber toda su esencia hasta el raquitismo. De su frenesí surgen flashbacks que, en cierta manera, endulzan la trama, puesto que presentan a los dos protagonistas en su infancia como si se tratase de una especie de candoroso respiro al frenético Tokio, del culpable del irremediable presente.

Gaspar Noé apuesta por un elenco joven, encabezado por el entonces novel Nathaniel Brown que destaca muy notablemente en la primera mitad de la cinta. Por su parte, una sensual Paz de la Huerta adquiere un mayor protagonismo con la desaparición de su hermano en la ficción, encarando fragmentos más dramáticos y haciéndose más evidente su gran fragilidad. El compositor berlinés Christopher Franke, los franceses Jean-Claude Eloy y Thomas Bangalter, afincado tradicionalmente en el mundo televisivo, el dúo japonés Lullatone o el artista sueco BJ Nilsen impulsan emocionalmente este trabajo con una banda sonora brillante e indispensable. Igualmente, surgen toques experimentales de la mano de Cristian Vogel, del grupo británico Throbbing Gristle y de un casi interminable etcétera que forman parte de una colección de lo más ecléctica y variada.

“Enter the Void” supone una agradable revolución cinematográfica, un pulso decisivo a todo aquél que desee probar las mieles de algo diferente, que sienta inquietud por ir más allá de los límites. Cabía esperar que un cineasta tan rompedor como Gaspar Noé presentara un largometraje arriesgado como pocos, logrando retar al espectador con sus exuberantes aires, con sus grandes pretensiones y, en definitiva, con un proyecto prácticamente suicida con el que pocos se pueden mostrar indiferentes. Su exceso hace peligrar la atención, aunque constantemente intente atraparla entre luces de neón y destellos cegadores, pero, sin duda, es un viaje necesario e inolvidable.

Lo mejor: la originalidad de la historia y su narración. Esos planos aéreos que resultan casi imposibles. Su final.

Lo peor: quizá, demasiado extensa. Los epilépticos no podrán pasar de los títulos de crédito.



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